lunes, 5 de octubre de 2009

Ensayo sobre ser poco puntual y sobre salsa verde.

No se, siempre es mi costumbre llegar tarde a todas partes.


Cada vez que intento llegar temprano a un sitio, algo termina saliendo mal. Los camiones pasan en mis narices, se me acaba el dinero, o, por alguna coincidencia entre espacio y tiempo, me entretuve en otra cosa y acabó llegando tarde. Es como un vicio que se siente dulce y a la vez siempre trae consecuencias. A veces es útil cuando la demás gente resulta tan poco puntual como yo. El problema surge cuando se tiene un gran sentido de la puntualidad y quieren que todo se haga al mandato divino de un reloj.

La verdad yo me entretengo llegando tarde, no me gusta levantarme temprano. Y para acabarla, soy una egoísta con el tiempo. Es para mi, no para ti. Y así funciona. No me gusta depender de horarios, ni de hojitas de papel, ni de manecillas o cosas así.

El único problema con todo esto es presisamente que, por llegar tarde, se llevan todo lo bueno. Es cierto que no me aburro esperando. Pero cuando llegó, a veces ya no alcance Sabritones en la bandeja o plumas gratis. O crema para los Sabripobres, porque esas madres te dejan un sabor tan ácido en la lengua que no se pueden comer sin crema. Y es las fiestas es seguro que va a haber siempre un mugroso tazon de Sabripobres. Son los fantasmas de los tazones de papitas.

Hoy llegué asquerosamente tarde a la escuela y sólo encontre por ahí a Sara, pero no al resto de la clase. Resulta que todos se habían ido a una de esas universidades pípiris naís. Esto porque estas escuelas les gusta sobornar inocentes jovenes con albercas y colores chorriantes mezclados con ¨ambiente juvenil¨ para llevarse sus cerebros y moldearlos a su antojo. Como zombies, pero pulcramente vestidos y con los zapatos boleados. Ah, pero para que tu calzado se vea bien, tienes que pagarles 2000 ensartantes pesos al mes, que te salen de lo más profundo de tus intestinos. Todo para que el director se coma tu cerebro con salsa verde. les encanta recolectar jóvenes de escuelas públicas, como yo, y les prometen la dominación mundial bajo el título de abogados o diseñadores gráficos o psicólogos. Ah, y dependiendo del lugar, te dan plumas o termos gratis. O galletas. El otro día fuí a uno de esos lugares a que me dieran galletas y refresco, digo, una plática informativa. Para acabarla, era una pinche escuela católica con cámaras en cada pasillo. Y los hombres no pueden acercase a las mujeres, las faldas son largas y los pantalones son fajados hasta la cintura. Cada vez que veo un hombre fajado así me imagino que le aprietan mucho las bolas. Ah, pero se van de vacaciones a Cánada. Aún así, me pregunto a quien se le ocurre portar uniforme estando en una universidad, con el cabello relamido y pagando esos 2000 estrujados pesos. Una patada en los ovarios convertida en escuela.

Ah, pero por llegar tarde, ahora me quedé sin termo y sin pluma gratis. La pluma es útil, el termo posiblemente lo arrumbe por ahí. De todas formas, estudiaré en universidad pública porque las privadas me caen mal, con sus alberquitas y sus cámaras en los pasillos. Se la comen. Pero es que, cosas gratis son cosas gratis.

Bien, ire a caminar. Tengo la garganta irritada y tengo que vender sustancias ilícitas, digo, este, boletos de rifa de una impresora. Si, a diez pesos cada uno, con altas posibilidades de que te la lleves. Así que si alguien de Ensenada lee esto y de paso m conocen, ¡Compra uno!

AriCat.

Extraño al número 126 89 82. Ya no existe. Sniff, sniff.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ja!!!, no te pases de lanza!!! hay universidad con uniformes????... que no frieguen!!! y que buena descripción haces de la sobornación con albercas y colores y no sé qué mas!!!!, exactamente eso hacen en mi universidad!!! (que pránganas hipócritas!!!) XD

Vibra buena.